Monday, March 12, 2007




ENTREVISTA CON MADAME CAILLOT, VIDENTE



De paso por París, conversamos sobre el futuro con Madame Caillot, “vidente psicópata”. Nos recibe en su gélida celda monacal de la calle Réaumur. Ni bola de cristal ni gato negro. Sólo unos pocos libros de filosofía que dan fe de su sorprendente cultura adquirida, según su propio decir, “en las cárceles de la mente”. Desde los veintisiete años se niega a ser fotografiada, “no por miedo de de ser reconocida, sino por temor de verse y no reconocerse”. En efecto en su habitación, no hay espejo alguno.




Madame Caillot, ¿cómo ve el siglo 21?
Estimado señor, no veo nada, absolutamente nada. Cuando pienso en el próximo siglo me vienen sudores en la espalda. En consecuencia, pienso que no habrá siglo 21, o al menos no mucho.


¿El fin del mundo?
No, me extrañaría. Pero pienso que pronto nos daremos cuenta que 21 es un número nefasto y pasaremos directamente al 22. Ahora bien, esto no es ninguna catástrofe, sobre todo para ustedes los jóvenes que están tan apurados. La vida es una serie de infantilismos de los que urge deshacerse. El día en que el hombre aprenda a vivir en un mínimo de tiempo podrá decirse que el progreso no es un concepto vacuo. En el siglo 19 se necesitaba un día para cruzar todo Francia; hoy, con una hora basta. Sin embargo, se sigue necesitando el mismo tiempo para vivir una vida, lo que es absurdo. Pero el hombre moderno aspira a cierta tranquilidad, quiere darse el tiempo de vivir. Está claro que se necesita tiempo para vivir, pero, como ya le dije, conviene quemar las etapas sin demora. En el futuro sería deseable que las vidas fuesen breves y plenas: un máximo de acontecimientos en un mínimo de tiempo.


¿Cree en un mejoramiento de la raza humana en las próximas décadas?
Creo que la genética en sus aplicaciones más audaces, es decir, cuando tiene como función no explicar sino modificar al hombre, es la única ciencia que podamos valorar. Las mujeres estamos hartas de procrear en la banalidad. Con un poco de invención, la procreación puede transformarse en una auténtica creación, al igual que la pintura, por ejemplo. No me extrañaría en el futuro ver mamás-Goya e incluso, por qué no, mamás-Picasso.



¿Quiere decir que los niños nacerán asimétricos, cúbicos o incluso con la alucinación vangoghiana en la mirada?
En absoluto, se tratará de obras originales. Si me valí de ese ejemplo, es solo para decir que la matriz de la madre bien puede equivaler al taller de un pintor. Por lo demás, no serán obras gráficas. El aspecto del niño dependerá del humor de la madre. Gracias a la genética, las madres podrán tener niños en colores o en blanco y negro, sonoros o insonoros, móviles o inmóviles. Habrá nacimientos puramente estéticos, en los que los niños nacerán, sin cerebro, porque el pensamiento, como lo señalara Malraux, es un obstáculo para la belleza. También habrá nacimientos utilitarios, y los niños nacerán con una aspiradora en lugar del corazón; pasarán toda su vida lamiendo alfombras, como si fuesen sus novias. Otros nacerán dos veces, para no sentirse solos en la existencia. Finalmente, algunos fetos jamás verán la luz del día y permanecerán en los vientres como cuadros en una caja fuerte.


¿Usted realmente piensa, que so pretexto de expresar su creatividad, las mujeres olvidarán su instinto maternal para abandonarse a semejantes excentricidades?
Francamente, no lo sé. Tal vez me excedí un poco en mi respuesta. En todo caso, las mujeres tendrán el mismo destino que los hombres del futuro.


¿Y cómo será ese destino?
Teórico. Desde hace milenios la realidad devora el espacio. Ya es hora que dé paso a la pura especulación. Habrá ciertamente un período de transición, pero será muy breve.


¿Cómo se llevará a cabo esa transformación?
Muy simplemente. Las cosas recobrarán su aspecto primitivo, es decir, imaginario. Todo existirá, pero en estado de símbolo. Durante cierto tiempo, la humanidad se transformará en dibujo animado, eso es ineluctable. Pero luego los dibujos se rigidizarán, se petrificarán, metamorfoseándose en números, los cuales, a su vez, desaparecerán, y finalmente no habrá nada.


Pero usted habló de un destino teórico…
Sí, es decir, nada.


¿De qué indicios se vale para afirmar estos hechos?
Son señales que están en el aire y que cualquiera puede percibir. Y ahora, señor, le ruego que cambiemos de tema.


De acuerdo. ¿Y cuál es el destino del amor?
Hay que deshacerse de él a toda costa. Por lo demás, en el futuro no se hará.


¿Por qué motivo?
Porque el amor está completamente pasado de moda. En la era termonuclear, el coito neandertaliano está completamente superado y es altamente nocivo, ya que, unido a la inhalación de una atmósfera contaminada, produce cáncer.


¿Habrá otras formas de acceder a la felicidad?
Sí, nos vamos a percatar en las próximas semanas de que el concepto mismo de felicidad está obsoleto. La humanidad ha sido demasiado feliz en los últimos siglos y ahora las personas están hartas, la felicidad les produce náusea. Quisieran probar la desesperanza antes de desaparecer ¡y están en todo su derecho de hacerlo!


¿Entonces, según usted, antes de volverse teórico, el mundo caerá en la tristeza?
Como dije, el período de transición será muy breve y no se prestará para mucha melancolía. Por ello, hago un llamado a la población para que aproveche todas las astucias de la desesperanza y del dolor, pues luego será demasiado tarde. Y la humanidad será feliz como un número ahogado en un cuadro de logaritmos.


Pero Madame Caillot, ¿podría describirnos más concretamente ese nuevo mundo cuyo advenimiento nos profetiza?
Concretamente no, puesto que será abstracto. Digamos que no será verdaderamente un mundo, sino más bien una sospecha de existencia en el vacío, algo demasiado débil como para angustiar a cualquiera. Un mundo imaginario para seres inexistentes, algo impalpable y descarnado. Un recuerdo que nadie sabrá si es pasado o futuro.

Thursday, March 01, 2007

Sangre en el ojo


Apuntes sobre Caravaggio


“No tengo padres”, exclama Michelangelo Merisi. Il Caravaggio, cuando su hermano Battista, tutor del joven adolescente huérfano, se presenta, años después, en Roma para interceder en uno de los muchos juicios que se llevan en su contra por ofensas públicas y hechos de sangre.
Experiencia de la orfandad que se tornará en su vida posterior libertad altiva. Que exaltará el pincel. Y la espada.


Se dice que Caravaggio pintaba al “espejo”, es decir que se valía de dicho instrumento para conseguir un efecto de concentración en el modelo y en el lienzo, difícilmente alcanzable para el ojo humano. Su abandono del tonalismo imperante en aquel entonces en aras de un luminismo de sello muy personal forma parte de una estrategia teatral –unos dirán, cinematográfica– que delimita el campo de la acción a la vez que potencia dramáticamente los rasgos esenciales (gestos, torsos, exclamaciones) de la escena.

Si retengo la escena de Caravaggio lanzando su plato de alcachofas al rostro del camarero de una hostería “porque éste no le contestó en la debida forma si estaban preparadas al aceite o a la mantequilla” es sobre todo por la proximidad casi física de los olores que me devuelven al personaje y a la escena con asombrosa fidelidad. Aparte de la devoción que profeso por esas enigmáticas verduras.

A la vez que escenifica y exalta, desacraliza su objeto y su arte. Lo primero es oficio; lo segundo, pulsión.

Esos cuerpos martirizados, esas cabezas tronchadas (el Bautista, Goliath, Holofernes) que hilvanan toda la obra de Caravaggio. Gesto clásico de la violencia. Las carnes flageladas, abiertas, alcanzan en ese momento de suplicio un rasgo de perfección que magnetiza y fascina. Desde su deliberada inconsecuencia, el artista congela ahí la escena, resaltando la virilidad del gesto que suprime, la carga erótica del suplicio. Pero Eros no perdura: después vendrá, inevitable, la caída, el irrepresentable desorden de la muerte.

David Borghese. Al igual que Mishima atravesado por las flechas del martirio de San Sebastián, Caravaggio se autoinmola, encarnando la figura degollada de Goliat que exhibe, el ceño fruncido, el joven David. La (propia) humillación es una estación inevitable para el busca siempre un sabor más fuerte. ¿Pero quién no ha soñado con asistir a su propia muerte?

Si Caravaggio retoma el arte de la representación de un Miguel Angel es para utilizarlo con finalidades propias, transformándolo en un teatro vivo, voluptuoso y cruel. Corona truhanes, viste de fina seda a los asiduos de las tabernas y de Piazza Navona, los disfraza de santos y verdugos.

El instante contra la Historia, el momento tangible y dubitativo contra el escamoteo del pasado y el espejismo del futuro.

Flagelación de Cristo. El torso de Jesús aparece desnudo, aún intocado, puro bulto de luz. Ellos sujetan los brazos, preparan el cuerpo para el suplicio.

Traspasando el objeto, entrando en la materia. Mientras Cézanne espía manzanas desde todos los ángulos de la luz y Van Gogh deambula alucinado en el laberinto con luna de sus trigales, Caravaggio plasma cuerpos toda la noche. Su sed no mengua, el alba lo descubre exhausto de deseo.

Lost in a Roman wilderness of pain” (Jim Morrison). Que hable la leyenda: Michelangelo Merisi desembarca en Roma hacia 1591, sin referencias ni dinero. Años de penuria y búsqueda. La peste que azota la ciudad lo envía al Ospedale della Conzolazione, donde eran tratados los criados de las posadas. Habita la calle (“se le ve siempre acompañado por un joven, Bartolomé, que le lleva la espada”. En aquellos años pinta varios (auto)retratos de Baco, figuras masculinas que aúnan la sensualidad y la arrogancia. A estos cuadros, sucederá, de manera casi definitiva, una lectura novelesca de las Escrituras, con rostros y olores de la Roma de los tiempos de la Contrarreforma. Protagoniza varios duelos de sangre: es herido y enjuiciado repetidamente. Pese al escándalo y al revuelo que causan sus lienzos, la Iglesia compra. En 1606, durante una riña pública hiere mortalmente a uno de sus contendientes. Esta vez huye definitivamente de la ciudad, dirigiéndose hacia Malta, luego Nápoles, luego Porto Arcole, donde es alcanzado por su propio destino.

¿Dónde están? Pregunta que nos hacemos ante los retratos que nos brinda la fotografía y que el arte de Caravaggio torna milagrosamente presentes. ¿Qué fue de aquel hombre de semblante tosco que ayudó, que ayuda a Lázaro a incorporarse o de aquella muchacha de trenzas recogidas que solloza junto a la Virgen dormida? ¿Dónde estás tú, Lena, María de Magdal, ragazza de Piazza Navona “che é donna di Michelangelo”, que insistentemente vuelves con aceite reídor?

La predilección por lo negro. Las apariciones. Así como el blanco enceguece y espanta la presencia, el negro propicia la cita, la llegada de la sangre. En ese limbo se sitúan los personajes de Caravaggio: se les ve saliendo y entrando en la zona oscura, vacilan entre la noche de monstruos preñada y el rayo divino que los secuestra.
Ninguna diferencia, misma solemnidad, en el fasto de la corte y el harapiento con su sol mordaz sobre los dientes.

Tentación moderna: el pastiche, lo ecléctico. Así esta imagen nocturna, entrevista, soñada: Karavaggio, Plaza Real, Barcelona 198…: “Me herí yo mismo con la espada al caerme por estas calles. No sé dónde ocurrió y no había nadie presente. Nada más puedo decir.”

Transgredir, herir, ir hacia lo rojo de la médula!
Y al final de esa vida azarosa, pero prodigiosamente vidente, el sol de Nápoles, la luz como un cuchillo definitivo, esa fiebre del mediodía ardiendo sobre la playa, demonio vertical en la hora señalada.
Un cupido de plumas oxidadas se adentra en la habitación donde alguien –ese doble, ese eterno otro– sostiene la cabeza de Michelangelo Merisi aún tibia, furiosa. Afuera –él lo sabía– espera una multitud sedienta de venganza. ECCE HOMO, ROGAD POR NOSOTROS!


Barcelona, 1986 – Santiago 2006